Capítulo 1
El adiós.
Rojo.
Todo rojo.
—¿Qué piensas lograr? —pregunté con gritos de desesperación a la nada.
Rojo.
Todo rojo.
—Despedirme de ti —contestó la preciosa voz de un hombre que yo conocía muy bien—, un adiós...
Rojo.
Todo rojo.
—¿Es por que dije que no eras real? —entré en pánico. ¡No puede desaparecer!¡No quiero que se vaya!
Rojo.
Absolutamente todo rojo.
No me respondió.
Me espanté, ¿por qué me hacía esto? Comencé a correr en busca de él o al menos de cualquier cosa que no fuese… bueno…
Rojo.
Todo rojo.
No podía distinguir el suelo del horizonte. No había nada, solo yo… sola en ese mundo color carmesí, demasiado para mis ojos, demasiado para mí. Me detuve en seco, agitada. Mis manos. Me sorprendió que no fueran también del color de la sangre.
Pero eso cambió.
Presa del pánico vi como mis manos desaparecían el fondo rojo sin que yo pudiera hacer nada.
¿Por qué sucedía aquello? ¿Qué había hecho yo para merecer esto?
La respuesta era algo obvia pero igual no era razón para que desaparezcas, Jean Paul.
Ya nada quedaba por hacer, sólo dejar que mi cuerpo se desvaneciera en ese infierno color rojo.
Vi lo último de mi cuerpo desaparecer y mi grito de horror terminó con esa pesadilla.
Me desperté.
Sentí algo en mi regazo al despertar pero no le hice caso hasta que vi la hora, las 6.00, hora de levantarse.
Desvié mi mirada a lo que se encontraba sobre mis piernas.
Era una rosa.
Me llamó la atención ya que nadie la pudo haber dejado allí la tiré al suelo por accidente y rodó bajo mi cama, no me tomé el trabajo de levantarla, no valía la pena.
Me levanté de mi cama y me vestí rápidamente con el uniforme escolar.
Bajé las escaleras con intención de ir a desayunar pero cuando llegué a la cocina no había nadie. No me sorprendí, normalmente nadie está despierto cuando yo me levanto para ir al colegio. Fui directo a la heladera y tomé un cartón de leche y lo serví en un vaso de vidrio que estaba en la mesa antes de que yo llegara. No era una obsesionada por la limpieza así que ni siquiera me tomé el trabajo de lavarlo.
—¡Maldición! —dije al darme cuenta que la leche estaba cortada— ¡Qué asco!
Me dirigí a la puerta y, como siempre, olvidé las llaves en mi habitación
—¡Maldición! —repetí.
El adiós.
Rojo.
Todo rojo.
—¿Qué piensas lograr? —pregunté con gritos de desesperación a la nada.
Rojo.
Todo rojo.
—Despedirme de ti —contestó la preciosa voz de un hombre que yo conocía muy bien—, un adiós...
Rojo.
Todo rojo.
—¿Es por que dije que no eras real? —entré en pánico. ¡No puede desaparecer!¡No quiero que se vaya!
Rojo.
Absolutamente todo rojo.
No me respondió.
Me espanté, ¿por qué me hacía esto? Comencé a correr en busca de él o al menos de cualquier cosa que no fuese… bueno…
Rojo.
Todo rojo.
No podía distinguir el suelo del horizonte. No había nada, solo yo… sola en ese mundo color carmesí, demasiado para mis ojos, demasiado para mí. Me detuve en seco, agitada. Mis manos. Me sorprendió que no fueran también del color de la sangre.
Pero eso cambió.
Presa del pánico vi como mis manos desaparecían el fondo rojo sin que yo pudiera hacer nada.
¿Por qué sucedía aquello? ¿Qué había hecho yo para merecer esto?
La respuesta era algo obvia pero igual no era razón para que desaparezcas, Jean Paul.
Ya nada quedaba por hacer, sólo dejar que mi cuerpo se desvaneciera en ese infierno color rojo.
Vi lo último de mi cuerpo desaparecer y mi grito de horror terminó con esa pesadilla.
Me desperté.
Sentí algo en mi regazo al despertar pero no le hice caso hasta que vi la hora, las 6.00, hora de levantarse.
Desvié mi mirada a lo que se encontraba sobre mis piernas.
Era una rosa.
Me llamó la atención ya que nadie la pudo haber dejado allí la tiré al suelo por accidente y rodó bajo mi cama, no me tomé el trabajo de levantarla, no valía la pena.
Me levanté de mi cama y me vestí rápidamente con el uniforme escolar.
Bajé las escaleras con intención de ir a desayunar pero cuando llegué a la cocina no había nadie. No me sorprendí, normalmente nadie está despierto cuando yo me levanto para ir al colegio. Fui directo a la heladera y tomé un cartón de leche y lo serví en un vaso de vidrio que estaba en la mesa antes de que yo llegara. No era una obsesionada por la limpieza así que ni siquiera me tomé el trabajo de lavarlo.
—¡Maldición! —dije al darme cuenta que la leche estaba cortada— ¡Qué asco!
Me dirigí a la puerta y, como siempre, olvidé las llaves en mi habitación
—¡Maldición! —repetí.
Corrí por las escaleras y me dirigí a mi habitación. Tomé las llaves de mi casi destruido escritorio y me acordé que no tenía la mochila en el hombro
—¿Con que estas ahí, eh? —le dije a la mochila cuando la encontré en el rincón de la derecha—. No te me vas a escapar ahora —dije con picardía y la tomé. No solía ser muy organizada así que perdía las cosas con frecuencia.
Corrí por las escaleras y me dirigí a la puerta.
Jean Paul… Jean Paul, no te entiendo.
Hacía meses todo iba bien pero esto no es lo correcto. Es obvio que has cambiado.
Cambiado de una forma muy malévola.
Estaba caminando hacía el colegio. Ya había amanecido y mi mochila violeta colgaba de mi espalda. Extrañaba a Jean Paul, la pesadilla de esa noche era claramente un signo de que estaba enojado conmigo, probablemente no lo volvería a ver, eso era… horrible
No me dí cuanta de que estaba por cruzar una calle porque en mi mente solo había lugar para el rostro de Jean Paul, tan pálida pero con sus ojos azules profundos, hipnotizantes…
Muy hermosos...
“¡RIIIIICH!” se oyó el auto al frenar de repente frente a mí. El conductor del auto gris estaba de mal humor.
—¡Muévete! —me gritó en medio de la calle. Estaba cruzando en rojo— ¡Y la próxima vez fíjate donde caminas!
No era posible que yo cruzara en rojo. En mi vida lo había hecho. Pero ese día sí. Era como si estuviera en otro mundo, verdaderamente en las nubes. Y lo comprendí.
Jean Paul me estaba volviendo loca.
Corrí para no llegar tarde. Ni siquiera me disculpé con el hombre del auto.
—Llegaste tarde, María —me dijo la profesora Roswell—. Si llegas tarde al menos demuéstrame que estudiaste y te quitaré la falta: ¿Cuál es la capital de Mongolia, señorita Dentrán?
Todos sabíamos perfectamente que yo no había estudiado.
—¿Camberra? —le respondí aunque obviamente estaba equivocada.
—No, Ulán Bator. Estudielo mejor, Dentrán —dijo la maestra Roswel mientras los chicos de mí clase se reían.
Eso me hizo olvidar a Jean Paul.
Momentáneamente.
—¿Con que estas ahí, eh? —le dije a la mochila cuando la encontré en el rincón de la derecha—. No te me vas a escapar ahora —dije con picardía y la tomé. No solía ser muy organizada así que perdía las cosas con frecuencia.
Corrí por las escaleras y me dirigí a la puerta.
Jean Paul… Jean Paul, no te entiendo.
Hacía meses todo iba bien pero esto no es lo correcto. Es obvio que has cambiado.
Cambiado de una forma muy malévola.
Estaba caminando hacía el colegio. Ya había amanecido y mi mochila violeta colgaba de mi espalda. Extrañaba a Jean Paul, la pesadilla de esa noche era claramente un signo de que estaba enojado conmigo, probablemente no lo volvería a ver, eso era… horrible
No me dí cuanta de que estaba por cruzar una calle porque en mi mente solo había lugar para el rostro de Jean Paul, tan pálida pero con sus ojos azules profundos, hipnotizantes…
Muy hermosos...
“¡RIIIIICH!” se oyó el auto al frenar de repente frente a mí. El conductor del auto gris estaba de mal humor.
—¡Muévete! —me gritó en medio de la calle. Estaba cruzando en rojo— ¡Y la próxima vez fíjate donde caminas!
No era posible que yo cruzara en rojo. En mi vida lo había hecho. Pero ese día sí. Era como si estuviera en otro mundo, verdaderamente en las nubes. Y lo comprendí.
Jean Paul me estaba volviendo loca.
Corrí para no llegar tarde. Ni siquiera me disculpé con el hombre del auto.
—Llegaste tarde, María —me dijo la profesora Roswell—. Si llegas tarde al menos demuéstrame que estudiaste y te quitaré la falta: ¿Cuál es la capital de Mongolia, señorita Dentrán?
Todos sabíamos perfectamente que yo no había estudiado.
—¿Camberra? —le respondí aunque obviamente estaba equivocada.
—No, Ulán Bator. Estudielo mejor, Dentrán —dijo la maestra Roswel mientras los chicos de mí clase se reían.
Eso me hizo olvidar a Jean Paul.
Momentáneamente.
Mat, el anónimo.
ejem ejem me doy credito por los arreglos y todo lo love love que hay :3
ResponderEliminarta bueno ^^
ResponderEliminargracias, mat el anónimo!
y mell, obvio!
Mat, el anónimo dice: "gracias"
ResponderEliminarP.D: hay que hacerle un gmail para que se haga miembro del equipo, tener que subirle las cosas yo me aburre.
acá: su nueva dirección =)
ResponderEliminarmat.elanonimo@gmail.com
te mando la contraseña por mail con el resto de la info.
pasasela. ya lo hice miembro del blog xD
Ah, mell, le arreglé un par de errores ortográficos a la novela de tu hermano, junto con las líneas de diálogo, ¡que por fin aprendí a hacer! ¡Soy feliz!
ResponderEliminarSi quiere le enseño, y eso te incluye a vos, mell, que en "Luz de venganza" tuve que corregirte los espacios ^^:
Se hace así: alt+0151
Ejemplo:
1.alt+0151Ah, mell espacio alt+0151dijo de forma apresuradaalt+0151 espacio coma ¡ahí estás!
2.—Ah, mell —dijo de forma apresurada—, ¡ahí estás!
¿No sos feliz, mell? ¡Tenés en tus manos el secreto del misterioso guión de diálogo!